Hoy ha muerto uno más de aquellos
seres sin identidad que llenan los Centros de Internamiento, un chico guineano
al que le pillo una “muerte súbita” en su celda de Zona Franca. Hace tan sólo
unas semanas en el CIE de Aluche en Madrid murió una mujer, también africana a
causa de una meningitis mal tratada. Meses atrás también en Zona Franca de
Barcelona se suicidó un joven marroquí vecino de Sabadell que prefirió ese
final desolador al hecho de una repatriación que lo llevaría igualmente a ese
destino fatal.
Esos son los resultados de la
pomposa directiva aprobada ahora hace ya tres años. Y lejos de lograr su
objetivo de disuadir, de agrupar y de expulsar a las personas indocumentadas se
ha convertido en una directiva europea para institucionalizar una humillación,
para segregar una sociedad, para desmantelar la poca dignidad que le queda a la
decadente democracia europea.
Pero esas muertes que los
funcionarios del Estado se afanan por presentar como hechos aislados y
circunstanciales son la expresión última de una práctica violatoria de los
derechos humanos, y no lo digo yo, lo ha dicho la ONU en carta remitida al
gobierno español fechada el 10 de marzo del 2011 recomendando el cierre de los
Centros y la revisión de la Ley de Extranjería que considera proclive a la
discriminación y el racismo.
Sin embargo nada de ello ha
servido para mover un ápice la política migratoria del Estado español, pero no
por ello evadirá el juicio histórico por esos muertos, que son sus muertos. La
vida de esas personas estaba bajo su responsabilidad y no supo o quiso
preservarla. El responsable último tiene nombre y apellido, se llama Jorge
Fernandez Diaz y actúa como Ministro de Interior del Gobierno de España.
Aunque sabemos que para el Estado
eso poco importa, esa gente sin nombre que es recluida en los CIE’s no tiene
valor alguno. Que estén presos, detenidos, criminalizados porque su origen o
naturaleza no es europea hace parte del precio que hay que pagar por la osadía
de vivir como “ilegal”. Ese criterio de origen coincide con la definición
adjudicada en el diccionario de la RAE al término : que
degenera de su origen o naturaleza. A
ellos, es decir, a los que el Estado considera bastardos les han construido sus
respectivas jaulas. A sus hijos, a todos nuestros hijos e hijas tendrán que
explicarles como han permitido todos estos desmanes y sobre todo tendrán que
pagar por ello.
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